martes, 21 de abril de 2009

TEOLOGÍA Y GÉNERO

POR: MIGUEL ÁNGEL BERMÚDEZ
Docente Educación Religiosa.
Fundación Colegio Santa María.


El Hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por esta razón el hombre tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y de entrar en comunión con otras personas; es llamado a una alianza con su creador. Esto lo hace como género humano, como única naturaleza humana existente sobre la tierra.

¿Cuál es, pues, el ser que va a venir a la tierra rodeado de semejante consideración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que la creación entera; es el hombre, para él existen el cielo y la tierra y el mar y la totalidad de la creación. Este es el único ser humano, mujer y hombre, como culmen de la creación misma
La Iglesia entiende a partir del dato revelado, que Dios ha creado una única naturaleza humana que se manifiesta en masculinidad y feminidad. Si volvemos la mirada al texto del génesis encontraremos que Dios crea a un ser distinto de las demás criaturas que ya había creado; ese ser lo creó a su imagen y semejanza; a ese ser lo llamó hombre: “creemos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. De este relato podemos afirmar que Dios es el que sabe quién es el hombre, puesto que él es su creador; sabe con que fin lo creó, es decir, sabe todo a cerca del hombre.
Una vez creado el hombre, este tiene que entrar en relación con el resto de la creación. En este ejercicio de reconocimiento de lo que lo rodea, no ha encontrado con quien relacionarse de moco igual, es decir, a modo típicamente humano. El hombre en el reconocimiento de su entorno, descubre que está sólo en el desarrollo de su humanidad, en el proceso de humanización que le es propio.
En ese mismo instante entra el creador nuevamente en escena. En su conocimiento del hombre, de lo que es ser hombre, decide dar un pincelazo más a su obra; “puso sueño en el hombre, y cuando estaba dormido, de su costado sacó a la mujer”. Dios hizo que el hombre “parara”, hiciera un alto en esa exploración de la creación y de sí mismo, con el único fin de dar el siguiente paso en la creación. El hombre se sintió sólo, sin un par que le acompañara en su vida humana. Viendo esto, Dios, se preocupa de darle al hombre una compañía humana para vivir. Vale la pena notar que la materia prima con la cual Dios crea a la mujer, es materia ya humana: “del costado de Adán que estaba dormido”. Aquí vemos con claridad que el hombre y la mujer son hechos, creados de la misma materia prima, y que ambos brotan del mismo querer divino, como que encierran en sí mismos la misma intención creadora divina.
Cuando Adán despertara del sueño, encontró a Eva, la primera mujer, a su lado, qué sorpresa tan agradable, “ésta si era carne de mi carne, hueso de mis huesos”. Adán ya no estaba sólo, ya se reconocía en presencia de la mujer como hombre; ya tenía ante sus ojos a su par. Pero creemos que en Eva pasó algo semejante. Ella no exploró previamente la creación, ni se durmió. Ella entra en la vida ubicada, de cara a su semejante, reconocida como tal: la primera mujer, en verdad, la mujer.
A estas alturas del relato del génesis, queda clara la intención de Dios al final de su acto amoroso y libérrimo de comunicar esencia y existencia a todas las cosas, y de manera más clara, el fin, el propósito de crear una ser, al que llamó hombre, y que, se es puesto sobre la tierra como hombre y mujer, masculino y femenina.
Volvamos sobre la pregunta qué estaba pensando Dios al momento de crear al hombre y a la mujer. Una cosa que debe venir al pensamiento, es la generosidad de Dios en este acto particular. Cuando Dios dijo hombre, ser humano, género humano, pensó en una ser que comportaría en sí mismo una riqueza inconmensurable, casi que infinita. Todas las posibilidades de esa criatura no podía residir en un solo sujeto, en una sola persona; su idea primigenia fue tan basta que ese ser humano debió ser hombre, entendido como masculino, y debió ser hombre como femenino.
Esto quiere decir que el sólo hombre o la sola mujer no agotan la posibilidad del ser humano en sí mismos, lo cual remite directamente a la idea de la complementariedad. Dios no creó al hombre para que vivera solo, o mejor aún, para que guardara para sí mismo toda la riqueza con la cual lo creó, sino que quiso que esa humanidad fuera compartida en su realización y para su realización. Desplegar lo que significa ser persona humana, es tan insondable que hubo la necesidad de que se manifestara de manera femenina, como de manera masculina. Si queremos saber qué estaba pensando Dios al crear al hombre tenemos que ver al hombre y a la mujer en sus modos de ser tan particulares como específicos, pero proyectados cada uno hacia su par, hacia la otra parte que manifiesta la riqueza que comporta el ser humano.

En consecuencia desde la creación misma hay que ver al hombre en relación y en clave de encuentro con su propio ser, con su propio proyecto como hombre y mujer complementarios, en armonía entendida y vivida en el plan de Dios para la felicidad de esta su criatura más amada.
Pero en el camino sucedió algo que dañó la armonía relacional entre hombre y mujer: el pecado como desconocimiento del plan de Dios para el hombre y la mujer; el pecado como aversión a Dios y conversión a las criaturas. Con la entrada del pecado en la naturaleza humana, y a través de ella, a toda la creación, el fin de complementariedad y de relación armoniosa entre el hombre y la mujer, se rompió. Entró el pecado y este tomó recaudos en la naturaleza humana masculina como femenina; el pecado se ve en el hombre manifestado de manera femenina como masculina. El hombre peca y daña la riqueza que en su masculinidad ha puesto el creador; la mujer peca y daña la manifestación de la riqueza que en su feminidad ha puesto el creador; de este modo la totalidad de la naturaleza humana se ve afectada, desconfigurada de su fin, en su realización orientados hacia la felicidad en el plan divino.
El diablo, dividió al ser humano e introdujo el conflicto al interior de la naturaleza humana que hasta el momento había estado en paz. El pecado daña a cada persona de manera individual, pero a la vez, daña las relacione entre los seres humanos, hombres y mujeres, como también con Dios. Es así como aparecen el egoísmo, el orgullo, la pugna por el poder, el deseo de satisfacer los propios placeres; el hombre se busca a sí mismo y pierde el horizonte de la relación de complemento armónico como género único. Estas las consecuencias del pecado, que no llevan más que a la destrucción de la naturaleza humana.
Fue tan grave el daño del pecado sobre el plan creacional de Dios para el hombre, daño en la naturaleza humana, que Dios mismo tuvo que re-crear al hombre por medio de la redención realizada por Cristo su Hijo en la potencia de su Misterio Pascual.
Cristo asume la totalidad de la naturaleza humana para poder reparar el daño que el pecado había introducido el género humano. Al hombre se le olvidó quien era delante de sí mismo como delante de Dios; es decir, perdió su identidad planamente humana, perdiendo así el rumbo de su realización que le llevaría a la felicidad. Cristo se hace hombre para devolverle su identidad perdida, para llevarle a la plenitud mostrándole el camino que había extraviado por causa del pecado. La obra de la redención no está puesta en términos de lucha de géneros, o puesta para sólo los hombres masculinos o femeninos. Dios en su Hijo redime, paga el precio por nuestros pecados, a todo el único género humano; Jesús en la cruz muere por los todos hombres y por todas las mujeres de todos los tiempos una vez y para siempre, de tal manera que cualquier miembro de la naturaleza humana pueda alcanzar el bien de la restitución del fin primigenio para el cual fue creado. En Dios no hay acepción de personas en cuanto que portan la impronta de su divinidad y en cuanto están llamados todos a la comunión eterna con El.
En Cristo todo hombre ha de encontrar el reflejo vivo de lo que es ser realmente un ser humano en plenitud. La Iglesia cristiana católica tiene en alta estima la afirmación “el misterio del hombre sólo se esclarece a la luz del misterio del Verbo encarnado”[1] . El hombre en Cristo tiene la posibilidad abierta de recuperarse a sí mismo en presencia de Dios y en presencia de sí mismo. El hombre en Cristo está llamado a formar y construir el género humano que Dios pensó desde siempre en términos de solidaridad; este pensamiento lo encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 361, “esta es la ley de la solidaridad humana y de la caridad, sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos”.

En consonancia con este pensamiento, la mujer y el hombre, cada cual es alguien en el proyecto de Dios en cuanto mujer y en cuanto hombre; en su dignidad de personas tienen los mismos derechos de realización y de felicidad inherentes a su condición humana. Bajo este presupuesto cualquier intento tendiente a dañar al ser humano es inaceptable, cualquier manifestación de segregación, de machismo, feminismo, violencia por “género” no está incluida en el pensamiento de Dios al momento de crear al hombre, estos son consecuencia del pecado y del mismo ser humano. El ser humano no esté hecho para la soledad, para realizarse aislado en el marco de un soliloquio egoísta y mezquino.

Dios creó al hombre para comunicarle su semejanza. Dios es Uno y Trino, comunidad de amor. Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad. Porque Dios creó, de un solo principio, todo el linaje humano. (Hch 17, 26; cfr Tb 8,6): maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la unidad de su origen en Dios…en la unidad de su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo a quienes todos deben tender; en la unidad de los medios para alcanzar este fin; …es la unidad de su rescate realizado para todos por Cristo[2] .

Ante el desconcierto fraticida general en el cual estamos sumergidos, tenemos la certeza de que ésta no es a última palabra sobre el hombre. Está el camino de humanización y divinización que nos está ofreciendo día a día el Señor Resucitado. Cada hombre y cada mujer deberían hacer un proceso serio de configuración progresiva con la persona de Jesús para que puedan ir esculpiendo, con la ayuda de la gracia divina, esa hermosa obra de arte que es el ser humano que Dios amó desde el principio. De este modo cada cual podría reconocer al otro en su justa medida. Cesarían las pugnas por el poder puesto que no veríamos en el otro, en la mujer o en el hombre, un rival a vencer, sino un ser humano al cual amar, reconocer, descubrir en su dignidad de persona, de hijo de Dios.
Finalmente, la Virgen María, Ella es el modelo cien por ciento humano del creyente en Cristo; dicho de otra manera, Ella es la discípula del Señor que nos enseña cómo debemos responder cada uno de los integrantes del género humano o humanidad a la invitación del Señor a participar de su naturaleza Divina, sin dejar de ser auténticamente humanos, en el marco general del Plan divino de la Salvación. Vista de esta manera la concepción que presenta nuestro PEI de María como modelo de creyente, incluye la vivencia de los valores humanos y su plenificación a la luz y efecto de la gracia divina. Somos una comunidad que enseña y aprende, lo cual nos da pie a preguntarnos ¿cuál es el ser humano que Dios amó desde siempre? ¿es que cada uno de nosotros creyentes en Cristo nos preocupamos por esa realización según el proyecto divino de salvación? ¿Nuestra comunidad educativa refleja esa comunidad de origen de la cual salimos los seres humanos?


[1] Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral, Gaudium et Spes, n. 22, BAC, 3 Ed, Madrid, España, 1985.
[2] Pio XII, Enc. “Summi Pontificatus” 3; cf. NA 1.

lunes, 20 de abril de 2009

NOTAS LITÚRGICAS (VESTIDOS LITÚRGICOS)

El que los ministros se revistan de un modo diferenciado en la celebración no tiene una finalidad en si misma, como si estos vestidos fueran algo sagrado. Tienen una función pedagógica:El vestido no sólo es una necesidad práctica para cubrirse y estar cómodo.
El vestido REVELA y SIGNIFICA. Por eso, en todos los pueblos se usan "señales exteriores" que "significan" jerarquía y funciones dentro de esa sociedad; magistrados, militares, médicos, maestros... etc.
De igual manera, en la Iglesia, se distinguen las diversas categorías de ministros, identificándolos según el ministerio que realizan para con la comunidad, además, contribuyen al decoro y a la estética festiva de la celebración, y ayudan a entender el misterio que se celebra.

LOS COLORES LITÚRGICOS
Fue el papa Inocencio III (1198-1216) quien esbozó el uso de los colores litúrgicos que utilizamos actualmente en las celebraciones de la Iglesia. (Verde, morado, blanco, rojo). Este papa basó su simbolismo sobre las interpretaciones alegóricas de Los colores y las flores mencionados en la Escritura, especialmente en el libro del Cantar de los Cantares, donde los colores juegan un importante papel en toda la narración.Las recomendaciones de Inocencio III se hicieron oficiales en el año 1570, durante el pontificado de Pío V. Pero: ¿Qué simbolizan los colores que utilizamos en la liturgia? VERDE: simboliza la esperanza. Para los pueblos antiguos, el verde era la primavera, la vegetación, el renacimiento, la esperanza de una cosecha abundante. La palabra "verde" proviene de la palabra latina "viride", que significa "fresco", "lozano" o "floreciente". Este color se utiliza en la liturgia en el "tiempo ordinario", que son los días en que no se celebra ninguna fiesta especial. BLANCO: simboliza la pureza y la alegría. El blanco se utiliza en el tiempo de Navidad y Pascua y para las fiestas de la Ascensión de Jesús al cielo y la Epifanía, en definitiva, los eventos que no conmemoran la pasión y muerte de Cristo. También se utiliza en las festividades de la Virgen María, de los ángeles y de los santos que no fueron martirizados. La Palabra "blanco" parece provenir del antiguo alemán, de la palabra "blank". VIOLETA o PÚRPURA: simbolizan penitencia y el duelo. Se llevan durante la Semana Santa, los domingos de Cuaresma y en los cuatro domingos de Adviento. El violeta era el color preferido para las túnicas de los antiguos reyes. La palabra "púrpura" proviene del griego "porphyra", una especie de marisco del que se obtiene un tinte de este color. La palabra "violeta" proviene del latín "viola", el nombre de una planta púrpura azulada. ROJO: simboliza el fuego, la sangre y la realeza. Este color se puede ver durante las celebraciones de la Pasión, incluido el viernes Santo, y en los días en que se conmemoran las muertes de los mártires, los apóstoles y los evangelistas. Siendo el color del fuego, es la elección natural para Pentecostés, al simbolizar el ígneo descenso del Espíritu Santo. La Palabra "rojo" proviene del latín, concretamente de la palabra "russus".


ORIGEN Y USO
Pero, ¿De dónde viene el uso de ciertos vestidos para las celebraciones litúrgicas?
Antes de responder a esta pregunta, hay que recordar que en los primeros siglos no era tan importante usar ciertos trajes para el culto, pero en todo caso, lo hacían con los trajes normales de fiesta que usaban los romanos.
Cuando éstas dejaron de usarse en el entorno social, las Iglesia las conservó en el culto, y de ahí se originó su uso en la liturgia, imprimiéndole cierto carácter pedagógico.

Ahora bien, teniendo claro que el origen de las vestiduras sagradas se remonta a las mismas vestiduras de uso común entre los romanos, hay que decir que estos ornamentos, con múltiples pero pequeñas variantes de índole práctica y artística, son los mismos hasta el día de hoy

VESTIDOS LITURGICOS
ALBA: Del latín “alba”, “blanca”. Es el vestido que se considera básico para todos los ministros en la celebración litúrgica, desde los acólitos hasta el presidente. Deriva de las túnicas antiguas, blancas, hasta los pies, que se perdieron en el uso civil, pero que se consideró que podían utilizarse simbólicamente en el culto, expresando con el vestido diferente de los ministros la diferencia entre la vida la vida profana y la celebración

BÁCULO:”viene del latín “baculum, baculus”, en diminutivo “bacilus”, que significa bastón, cayado. En sentido figurado y simbólico pasó a indicar “apoyo”, por su función de ayuda para camina, y sobretodo “autoridad”, por el paralelo con la vara.
En el ámbito eclesiástico el báculo pasó a ser la insignia simbólica del obispo como pastor de la comunidad cristiana.
En la liturgia hispánica, ya en el siglo VII. En Roma, más tarde, tal vez en el IX.

CASULLA: En latín casulla significa casa pequeña o tienda. En el antiguo uso romano, era la vestimenta característica de la nobleza, que la usaba sobre todo en invierno, debido a lo amplia que era.
Actualmente, es esta la vestidura que el sacerdote y el obispo se revisten por encima del alba y la estola, a modo de capa o manto amplio, abierta por ambos lados y con un hueco para la cabeza.
En la historia ha tenido formas nobles y amplias. La casulla es la vestidura que caracteriza al que preside la Eucaristía.

CÍNGULO: La palabra latina “cingulum” viene de “cingere”, ceñir. El cíngulo o ceñidor es un complemento necesario para ciertos vestidos amplios como la túnica o el alba, para ceñirlos mejor a la cintura y facilitar el movimiento.A veces tiene forma de cordón y otras de cinta más o menos anchas. Los orientales usan la “zona”, más adornada y colorista. Actualmente los ministros que usan alba se ponen el cíngulo, a no ser que ya de otro modo, por la forma misma del alba, se provea a su estética y funcionalidad.

DALMÁTICA: En Roma, ya en los siglos II – III, se llamó dalmática a una túnica blanca exterior, con mangas anchas y adornadas de varias maneras, por ejemplo con dos franjas verticales púrpuras. Provenía de Dalmacia y se convirtió en un vestido propio de senadores y otras personas distinguidas.Muy pronto pasó al uso cristiano. A partir del siglo IV se hizo característica de los obispos y más tarde también de los diáconos.
En la ordenación de diáconos un gesto complementario del sacramento es la imposición de la dalmática.

ESTOLA: En el uso latino antiguo se empleaba a veces para designar vestidos significativos o simbólicos. En la Roma Imperial, era usada por los oradores en la plaza, que la empleaban para secarse el sudor (os-oris), y su uso entró en la Iglesia, a partir del siglo V.
Actualmente, la estola es común en todos los ministros ordenados.

Es, por tanto, un distintivo de los ministros que resalta la función sagrada que realizan. En la ordenación del diácono uno de los gestos complementarios es la imposición de la estola.

MITRA: es la insignia característica de los obispos. Su origen se remonta a tierra persa, posteriormente pasó al uso romano, donde la clase distinguida ya la usaba como signo de su origen noble y distintivo de honor y alta dignidad. Pasó con naturalidad al uso eclesiástico, primero reservada al papa, a partir del siglo IV, y luego (a partir del siglo X-XI) concedida a los obispos y abades. Actualmente la mitra es característica de los obispos y de los abades mitrados.

PALIO: .En el imperio romano era un distintivo para los que el emperador quería honrar, y luego pasó a honrar al papa y a los obispos a quien el papa se lo concedía. Hoy se impone a los arzobispos como “signo de la autoridad metropolitana y símbolo de unidad y estimulo de fortaleza. Es una tira de tela blanca, con seis cruces, que cuelga del cuello sobre los hombros, a modo de collar o bufanda, con dos puntas que caen una por delante y otra por detrás.

SOLIDEO: De las palabras latinas “soli Deo”, “sólo a Dios”, se llama “solideo” al casquete de seda o tela ligera que se ponen algunas personas tapando la coronilla de la cabeza. Empezó a generalizarse su uso hacia el siglo XIV. Al principio cubría toda la cabeza. Fue en la época barroca cuando se redujo a su actual forma redonda y pequeña. Se distingue ahora por su color: el papa usa solideo blanco. Los cardenales, rojo. Los obispos, morado. Otros prelados y clérigos, negro.



VELO HUMERAL: “Humeral” viene del hueso del brazo llamado “humerus”, entre el codo y el hombro.
Su uso se remonta a las capas usadas por el emperador y demás dignatarios romanos, como signo de su dignidad y rango, pasó al uso eclesial, a partir del siglo VII, aprox.
Suele ser un velo de unos dos metros de longitud y más de medio metro de anchura, sujetado por delante con un broche, cubre los hombros y con cuyas puntas se toma la custodia o el copón, con el clásico gesto de no tocar con las manos algo que se considera muy digno de reverencia como la Eucaristía.

Hay otros ornamentos y vestimentas, pero aquí solo hago referencia a los más significativos, referentes a las celebraciones litúrgicas de mayor solemnidad.




SACRAMENTO DEL ORDEN SAGRADO

POR: ALVARO HERNAN RINCON FRESNEDA
TEOLOGIA FUNLAM

“El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio apostólico….”
(CEC 1536)

Jesús, ya en los inicios de su vida publica, llamó primero a un grupo de setenta discípulos que le seguían, de los cuales, escogió a doce de ellos quienes fueron llamados APOSTOLES, es decir, enviados, encargados. (cf. Mt. 10, 1-4; Mc. 3, 13 19; Lc. 6, 12-16)

A lo largo de su estadía en el mundo, y poco antes de su Pasión y Resurrección Jesús confiere a sus apóstoles tareas específicas y a la vez, su propia autoridad:
Les trasmitió su propia misión, que él había recibido del Padre: (cf. Jn. 20, 21.), Les encomendó celebrar la Eucaristía, “hasta que él vuelva”: (cf. Lc. 22, 19., 1 Co. 11, 25), perdonar los pecados: (cf. Jn. 20, 22 ss.) y también, el bautizar y predicar el Evangelio: (cf. Mt. 28, 19 ss.)

La palabra ORDEN, deriva del derecho romano y aplica a los que eran encargados de gobernar.
A este sacramento se le llama del Orden, porque incluye a quien lo recibe, en un Ordo, es decir, en el cuerpo de aquellos destinados a regir y pastorear la Iglesia.

El ministerio confiado por Cristo a los apóstoles y que hoy, sigue ejerciéndose en la Iglesia de forma ininterrumpida, se divide en tres grados distintos, prefigurasoa ya desde tiempos apostólicos, aunque no tan precisos como los conocemos hoy y son:

EPISCOPADO: o ministerio apostólico que se deriva directamente de los apóstoles. El obispo es quien preside una comunidad de fieles, de la cual es también pastor, y posee en si, la plenitud del sacramento del orden, y es el único que lo puede conferir en cualquiera de los tres grados.

PRESBITERADO: este grado no llega a la cumbre del episcopado, sin embargo, los presbíteros (los que llamamos sacerdotes) están unidos a sus obispos en el sacerdocio, de ellos dependen en su ministerio y, en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes participando, en su grado, del ministerio de Cristo, principalmente en la administración de los sacramentos y la predicación de la Palabra de Dios.

DIACONADO: es el grado inferior del orden sacerdotal. El diácono (el primer grado establecido en tiempos apostólicos), depende del obispo para el ejercicio de su ministerio de servicio a la Iglesia y a la comunidad. Y a diferencia del Episcopado y del Presbiterado, también puede ser conferido a hombres casados.


BREVE HISTORIA

Desde el A.T.

Los sacerdotes, fueron seleccionados de la tribu de Leví, que descienden directamente de Aarón, her,mano de Moisés, a quien le fue confiado el culto, el sacrificio y la acción de gracias en nombre del pueblo, instruir a este en la Ley, etc. Así fue durante siglos, pese a las persecuciones y el exilio sufrido por el pueblo judío a Babilonia.


Pero, con la destrucción de Jerusalén en el año 70 el concepto de sacerdocio desapareció del judaísmo.

A partir de Cristo y la iglesia primitiva


Después de que Cristo confiase su misión a los apóstoles, estos, al igual que las sinagogas judías, establecieron ancianos y hombres cualificados, (en griego episcopoi y presbyteroi) los cuales eran los responsables de las primeras comunidades cristianas, en cuanto a la predicación y a la caridad.
En el Nuevo Testamento, los términos presbítero y obispo son muy similares (Tit.1, 5-9). Pero ya una diferencia clara entre obispo y presbítero, aparece en las figuras de Timoteo y Tito, destinatarios de las epístolas que llevan sus nombres, y quienes poseen ya autoridad (como obispos) sobre los presbíteros, los diáconos y la comunidad eclesial.

Ya desde finales del siglo I e inicios del II, es san Ignacio de Antioquia, quien resalta el ministerio episcopal, distinto del presbiterado y del diaconado con las siguientes palabras:

“Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al obispo, que es imagen del Padre, y a los presbíteros como al senado de Dios y como a la asamblea de los apóstoles: sin ellos no se puede hablar de Iglesia”

Los presbíteros no fueron llamados sacerdotes, sino a partir del siglo III, cuando el término fue aplicado, en primer lugar, a los obispos, debido a su papel como celebrantes de la eucaristía.

Cuando se autorizó a los presbíteros a celebrar la eucaristía en el siglo IV, fueron llamados sacerdotes y así quedó definitivamente diferenciado del ministerio episcopal.
El término sacerdote (del latín sacerdos) implica un ministerio sacrificial, ya que en la eucaristía se conmemora y actualiza el sacrificio de Cristo.

Los diáconos, por el contrario, siempre fueron un ministerio bien diferenciado de los demás, con sus funciones propias, tanto en la liturgia, como en el ejercicio de la caridad.

Además de estos tres grados, existieron las llamadas órdenes menores, tales como la de subdiácono y lector, acólito, exorcista, etc., con papeles subordinados en la liturgia, las cuales dejaron de administrarse a partir del Vaticano II, con excepción del lectorado y acolitado, que pasaron a ser ministerios, también asequibles para los laicos.

COMO SE CELEBRA

En la Iglesia, el sacramento del orden, en los tres grados se confiere de la siguiente manera:

- Presentación y elección del candidato
- Alocución del obispo e interrogatorio al candidato
- Letanías de los santos y, postración en el suelo del candidato
- Imposición de las manos
- Oración consecratoria
- Imposición de las vestiduras sagradas (Estola y Dalmática al Diácono; Estola y Casulla al Presbítero)
- Unción con el santo Crisma (solo a los obispos, en la cabeza; y a los presbíteros, en las manos; a los diáconos no)
- Entrega de los signos (mitra, evangeliario, anillo, báculo al obispo; patena y cáliz, al presbítero; evangeliario, al diácono)
- Saludo de la Paz.

Este sacramento se celebra exclusivamente dentro de la Eucaristía.


QUIEN LO ADMINISTRA

En la Iglesia Occidental y Oriental, solo el obispo, como pleno poseedor de la gracia de este sacramento y sucesor directo de los apóstoles, es quien puede conferir la ordenación en cualquiera de los tres grados.

GRACIAS DEL ORDEN SAGRADO

- El Espíritu Santo actúa por el ministro en las celebraciones litúrgicas y en la predicación
- Servir a la comunidad, haciendo presente a Cristo e medio de los fieles
- Cristo actúa por medio de él, a pesar de sus fallas como hombre.

sábado, 18 de abril de 2009

HOMBRE: DUALIDAD PECADO - LIBERTAD

La división del hombre como tal, en su definición más profunda y diciente no deja de ser contradictoria, no tanto por lo que es en sí, sino por su interpretación. Ya que por un lado denota compasión, y por otro, es un pecado. Pero, qué es en realidad un “pecado”
Si hablamos del pecado original, la Iglesia enseña que más allá de ser característico de la condición humana, es el precio, por la separación del hombre de aquel que le dio origen y sentido. Ya desde el Antiguo Testamento, la condición pecadora del hombre a partir de la desobediencia a Dios, (cf. Gn. 3, 11 ss.) desencadena en la criatura, aquella conducta que lo ha de acompañar por siempre, inclinándose a pecar y por tanto, ofendiendo a su Señor, de quien se esconde para que no lo vea después de su actuar (cf. Gn. 3, 10) ya San Pablo, enseña que el pecado, heredado de Adán y causante del mal del mundo (cuya máxima expresión es la muerte en su pleno sentido), es deshecho por Jesucristo, Dios encarnado y enviado para rescatar a la creatura pecadora y herida (cf. Rm. 5, 12 – 21). El pecado original en sí no es algo que se adquiere por separado, sino que ya, se viene con él, más allá de que cada cual “peque” a su modo.
Los Padres de la Iglesia en este sentido, reconocen la opresión hereditaria producto de la desobediencia que conduce a la muerte, en la categoría de “pecado” (término acuñado definitivamente por san Agustín) del cual Cristo, es el único que libera, perdona y redime, de ahí que ya a los niños se les bautizase en la primera infancia y así libarlos del influjo del Maligno. Por tanto, aquel que peca, no está unido a Cristo y la Gracia le será algo ajeno, en tanto no se reconozca a este como el Salvador.
Al describir en si el pecado original, este debe ser entendido a partir de que este es un modo de ser totalmente independiente de la libertad humana. Este no le impide del todo obrar correctamente, el llevar esta “mancha” no aparta al hombre del todo de Dios, del cual es imagen (cf. Gn. 1, 26 ss.) y que como tal, goza de independencia al actuar, plenificada y ratificada en el Bautismo, por el cual Cristo, limpia y desata la carga que se lleva desde la concepción, en lo más profundo de la naturaleza humana, que al pecar, desata sobre el mundo y su entorno, ruina, hambre, muerte, pobreza, locura.
En cuanto a la libertad, esta ha sido mal utilizada ya que el hombre, al tener la capacidad de optar, siempre se ha inclinado, de una u otra forma, por aquello que se opone a Dios, su obra y los suyos, de tal modo que la Gracia que tuvo al inicio, le ha sido retirada, conduciéndolo a la muerte espiritual, la muerte óntica, diría Kierkegaard, donde el ser, apartado de su creador, pasa a ser uno más en la Creación.
La esencia más profunda del pecado original radica en la voluntad desordenada que antecede a la libertad misma provocando la caída, el pecado. Lamentablemente, el hombre siempre estará propenso a caer, más allá de escoger lo contrario, optando definitivamente por Dios como sentido pleno y definitivo de su existencia, siendo capaz, aunque no por sí solo, de romper con aquello que lo ata y le impide dirigirse a su creador, como resultado de un acto de amor absoluto y sin condiciones. Si por el contrario, actúa deliberadamente, con plena conciencia del acto a realizar, no hace más que apartarse, cortando de raíz con lo primero.
Solo se puede optar definitivamente por Dios, en cuanto la unión con Cristo, sea una realidad cada vez más explícita y aterrizada, que vaya más allá de lo moralista y se centre en la santidad, como meta a alcanzar. No es un objetivo cualquiera, y solo se logra en la medida en que se es capaz, de entregar toda la propia existencia a aquel que perdona, libera y acoge.
En resumen, el auténtico pecado original, más allá de la definición bíblica, es aquel que incapacita al hombre para amar totalmente a Dios y respetarlo, haciendo de las faltas, algo cotidiano, comunitario y solidario (todos pecamos y pecamos……) y hasta tanto no reconozcamos las consecuencias del obrar al margen del Señor y volvamos la mirada a él, por más que nos confesemos, hagamos buenas obras, vayamos a la Iglesia, etc., todo seguirá igual y el Bautismo, por el cual fuimos liberados, será solo un vago recuerdo.
¿Qué es peor: seguir pecando o decir no más, pero caer enseguida?


Por: ALVARO HERNÁN RINCÓN FRESNEDA

TEOLOGÍA FUNLAM.

EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA


POR: ALVARO HERNAN RINCON FRESNEDA
Si por algo se caracteriza y prima entre los sacramentos, es porque la Eucaristía es el corazón y la cumbre de toda la vida de la Iglesia.

La Eucaristía es el sacramento por excelencia, pues por él, Cristo está presente y se nos da bajo las especies del Pan y del Vino.

Jesús, ya antes de la Pascua se mostró a la gente y a sus propios discípulos como el “pan vivo bajado del cielo” (cf. Jn. 6). Y antes de ser entregado, instituye la Eucaristía como memorial de su muerte y resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno. (cf. Lc. 22, 7-20). Con esto, dio pleno sentido a la Pascua judía. (cf. CEC. 1340).

La Iglesia, al celebrar el memorial eucarístico de la cena, no solo recuerda, sino que hace presente el actuar de Cristo, que se nos da para alimentarnos.

Es también la Eucaristía, sacrificio, puesto que representa el sacrificio de la cruz, que se prefiguró con las mismas palabras del Señor:
“Esto es mi cuerpo que se entrega por nosotros……esta es mi sangre, derramada por vosotros….” (cf. Lc. 22, 19-20)

BREVE HISTORIA

Para entender el significado de la Eucaristía, debemos remontarnos al Antiguo Testamento, cuando ya en época de Abraham, vemos a Melquisedec, rey y sacerdote, ofreciendo al Señor, Pan y Vino, en “acción de gracias” (cf. Gn. 14, 18) y más adelante, ya en el entorno familiar judío, el partir el pan y beber juntos del vino, reflejaba la unidad, la vida familiar y la bendición.
A partir de la Tradición y con base en la Escritura, el mandato que Jesús impuso a sus discípulos en la Última Cena de comer el pan y beber el vino "en memoria suya" constituye la institución de la Eucaristía. Esta prescripción específica acontece en dos relatos que se hacen de la Última Cena en el Nuevo Testamento (Lc. 2, 17-20 y 1 Co. 1, 23-25).

La práctica y la aceptación de la presencia de Cristo "en la fracción del pan" fueron universales e indiscutibles desde los inicios de la Iglesia misma.

La Didajé, un antiguo documento cristiano del siglo I, hace referencia en dos ocasiones a la eucaristía, como memorial y manifestación de la presencia de Cristo. Tanto este texto como el Nuevo Testamento indican la unión existente entre la práctica y el entendimiento de la Eucaristía, y como desde los inicios, ya era celebrada y respetada.

Ahora bien, en cuanto a la manera como se ha celebrado a lo largo de la historia, se conserva un documento de san Justino, que data del año 155 dC., en el cual se muestra la estructura celebrativa de la Eucaristía, que no difiere mucho del modo actual y que es el siguiente:

- el día que se llama del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo
- se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible
- cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas
- luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros…..y por todos los demás donde quiera que estén, a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna
- cuando termina esta oración nos besamos unos a otros
- luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados
- el presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian eucharistian ) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones
- cuando termina las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén
- cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua “eucaristizados” y los llevan a los ausentes. (S. Justino, apol. 1, 65; 67)

A lo largo de la historia, se han incluido ciertas acciones, que en gran modo reflejan la unidad y exaltan aún más el sentido de la Eucaristía, como banquete redentor, y espacio de encuentro de la comunidad cristiana.

A partir de la reforma realizada por el Concilio de Trento, (1545-1563), la celebración eucarística se rigió por el misal de Pío V (1570), cuya característica central fue el uso del latín, como lengua única para la celebración, y que fue utilizado en la Iglesia por más de casi 400 años, hasta la reforma realizada por el concilio Vaticano II, que desembocó en el nuevo Misal de Pablo VI, publicado en 1970, el cual daba a conocer un modo más renovado y participativo de la celebración de la Eucaristía, y que constituye la norma oficial de la celebración.

COMO SE CELEBRA

Actualmente, la celebración eucarística se realiza de la siguiente manera en la Iglesia Latina. Se divide en dos partes fundamentales, a saber: liturgia de la palabra, y liturgia eucarística. Expliquemos cada una detenidamente.


LITURGIA DE LA PALABRA

Ritos Iniciales
- canto de entrada
- saludo al altar y a la asamblea
- acto penitencial, absolución, canto del Kyrie
- Himno del Gloria (originario del siglo II Aprox.)
- Oración Colecta, que recoge los sentimientos e intenciones.

Liturgia de la Palabra

- Primera Lectura (del A.T.)
- Salmo Responsorial
- Segunda Lectura (solo en domingos y solemnidades; es del N.T.)
- Canto Interleccional
- Lectura del Evangelio (sea de Mt, Mc, Lc, Jn.)
- Homilía (mensaje y exhortación)
- Profesión de fe (Credo)
- Oración de los fieles (preces. Restauradas desde el Vaticano II
LITURGIA EUCARÍSTICA

Rito de preparación del Altar

- Ofertorio: (presentación y preparación del pan y del vino), se recogen las demás ofrendas materiales para los pobres y la misma Iglesia.
- Oración sobre las ofrendas: las cuales son presentadas a Dios.

Plegaria Eucarística

- Prefacio
- Canto del Santo
- Plegaria Eucarística propia: centro y cúlmen de toda la celebración. Solemne acción de gracias por la salvación;
- Epíclesis: es la invocación al Espíritu Santo, para que se de la conversión del Pan y del Vino en el cuerpo y la sangre del Señor.
- Relato de la institución: la noche….tomó pan, dio gracias….etc. aquí, el ministro actualiza el sacrificio redentor de Cristo.
- Aclamación: por el misterio eucarístico, acción de gracias.
- Intenciones: por la Iglesia, los presentes y ausentes, el papa, los difuntos, las demás necesidades, etc.
- Doxología (por Cristo, con el y en el…..)

Rito de la Comunión

- Padrenuestro
- Comunión: (petición y gesto de compartir la paz, fracción del pan, y distribución de la eucaristía a los presentes)
- Oración Post comunión: es la acción de gracias por los bienes recibidos.
- Salida: Bendición final, despedida, envío y misión para testificar lo que ha vivido y participado.

QUIEN LO ADMINISTRA

Solo el obispo y el presbítero, son los únicos ministros facultados para presidir la celebración eucarística.

Sin embargo, valga también añadir que a partir de la reforma realizada por el Vaticano II, los laicos entraron a desempeñar un papel importante en la eucaristía y su liturgia, por medio de ciertos ministerio que pueden desempeñar dentro de esta, como es el caso de los lectores, los acólitos el coro, el animador, etc.

POR QUÉ CELEBRAMOS

Desde los albores de la humanidad, el hombre se ha caracterizado por celebrar de distintas maneras, los diversos acontecimientos que transcurren a lo largo de su vida, valga citar por ejemplo las cosechas, el nacimiento de los hijos, la muerte de un ser querido, etc.

Dichas celebraciones se manifestaban y realizaban por medio de cantos, danzas, fiestas, visitas, y diversos gestos, que de una u otra manera expresaban sentimientos de gozo, esperanza, estupor, tristeza, etc.

Con el paso del tiempo, ya todo pueblo celebraba los principales acontecimientos de su historia, familia, grupo social, etc. Dichas celebraciones usan una serie de actos, o ritos que pretender conmemorar de una manera alegórica dichos sucesos de gran importancia para quien los celebra.

Valga destacar que la celebración como tal, se lleva a cabo en un ambiente y lugar propicio para ella, en torno a una comida, regalos, cantos, gestos y bailes, como ya hemos dicho anteriormente, y encierra ciertas características particulares que también pueden ser comparables con la liturgia cristiana y son las siguientes:

- se recuerda y conmemora un hecho de gran importancia para quienes celebran.
- Se hace en torno a una cena y/o fiesta
- Al recordar y/o conmemorar se logra que la comunidad se reúna y participe plenamente.
- Al celebrar se expresan sentimientos de gozo, amistad, solidaridad y demás, que se manifiestan por medio de cantos, danzas, flores, regalos, etc.

Ahora bien, ya al entender que el celebrar viene ya en nuestro ser desde el mismo momento de nacer, y que sirve como punto de encuentro común, definamos ahora si, qué es la liturgia y su importancia en la vida celebrativa de la comunidad cristiana, como medio por el cual, Cristo se hace presente en medio de nosotros y nos da su salvación; bien dice el Vaticano II:

“En consecuencia, toda celebración litúrgica por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia”
(Conc. Vat. II. Const. SacroSanctum Concilium, 7)