sábado, 30 de mayo de 2009

LA CUESTIÓN JOÁNICA

POR: ALVARO HERNÁN RINCÓN FRESNEDA
TEOLOGÍA FUNLAM
Juan no es el único evangelio que posee textos propios, también los sinópticos ya que aparte del relato de la Pasión, los relatos comunes son: expulsión de los mercaderes del templo (lo 2,13-16), la multiplicación de los panes (6,1-13), Jesús caminando sobre las aguas (6,16-21), la unción de Betania (12,1-8) y la entrada triunfal en Jerusalén (12,12-19); a pesar del relato común, la narración de lo reviste caracteres propios. Además resalta la importancia dada a diversas cuestiones de moral práctica; el amor de Jesús a los pecadores y a los pobres (tan propio de Lucas), aparecen en lo como cosas marginales o enfocados de diversas formas. Con esto se descarta que Juan haya sido escrito como complemento a los demás evangelios, dado que él también, vivió de cerca la experiencia de vida con el Señor, plasmándola luego en el texto que nos atañe, sin que por ello, no recibiese influencias adicionales: Qumrán (cf. Jn. 1, 35) el libro del Éxodo, y una que otra relación con el judaísmo de carácter helénico propio de la Judea de la época. En cuanto a autor, después de los debates en torno a su origen, ya son pocos los que dudan del origen apostólico del texto dado que reflejan una profunda cercanía con Cristo y su vida misma. De esto ya da fe la historia misma. Basta con referirnos a san Ireneo de Lyon, (Adv. Haer. 3. 1, 1) discípulo de Policarpo de Esmirna y este a su vez, discípulo directo del apóstol Juan. Clemente de Alejandría lo reafirma al mencionar a Juan como el autor del cuarto evangelio (Canon Muratori). Aquellos que dudan de la autoría por parte del apóstol, lo hacen al malinterpretar un pasaje citado por Eusebio de Cesarea que se refiere a Papías en cuanto al autor del Apocalipsis, y la 2 y 3 carta. Más allá de las fuentes externas, el propio evangelio, se encarga en cierto modo de explicitar quien es el autor; basta con ver: (Jn. 21,24). Esta frase bien sea de Juan o sus seguidores, no puede ser rechazada. Por consiguiente, el autor es «el discípulo a quien amaba Jesús» (21,7.20). ¿Quién era éste? Tiene que ser necesariamente un apóstol, puesto que este discípulo estuvo presente en la Cena (13,23), y a ella no asistieron más que los Apóstoles (Lc 22,14).
A él también dejó Jesús encomendada su Madre (19,27). Por los-Sinópticos sabemos que Pedro, Santiago y su hermano J. forman el grupo más íntimo de Jesús (cfr. Mc 5,37; 9,2). Sólo Juan, puede ser el autor. Y por eso, precisamente, nunca aparece su nombre en la obra, sino que recurre a llamarse “el discípulo amado”. Autor judío, conocedor de las tradiciones judías, y testigo de primera mano de muchos sucesos obrados por Jesús así como de la predicación y los momentos decisivos en la vida del Señor (cf. Jn. 3,23; 4,5-6; 10,22; 11,18.54; 19,14 etc.)
En cuanto a la lengua de composición, se menciona el arameo, la mayoría lo refiere al griego koiné, pobre en vocabulario, de uso recurrente a expresiones propias del semitismo, frases repetidas (en verdad os digo, entre otras), mas allá del vocabulario, sin importar su “pobreza” es innegable su gran riqueza en hechos dramáticos, imprimidos sobre todo a los milagros, el relato de la Pasión, solo por nombrar algunos, donde la antítesis devela el gran contenido teológico que busca transmitir el evangelio a la hora de anunciar el mensaje. (cf. Jn. 1 ss.)
Al hablar de los destinatarios, se revela cuál fue la finalidad que el autor se propuso: dar mayor profundidad a la fe y a la vida de los que creen que Jesús es la Palabra salida del Padre, que ha venido al mundo a iluminar, se encarna y fija su morada entre los hombres, y luego vuelve a la Gloria del Padre, de tal manera que al ser leída la obra, se penetre por la fe, en el hecho de que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios, y así se alcance la salvación. Se busca conectar al creyente con Cristo, fuente de vida, por la fe en Él. No se dirige directamente a paganos, para convertirlos, sino a cristianos, con el fin de que sigan creyendo y sigan teniendo vida eterna.
Otros por el contrario, aseguran que tiene también alguna finalidad polémica contra quienes exageraban la misión de Juan el Bautista (cf. Jn. 1,6-8), contra ciertos grupos judíos (cfr. 16,1-4) o contra herejías gnóstico-docetas ya presentes en vida del apóstol (cfr. 1,14; 19,34). La verdad, la susodicha “polémica” no deja de ser solo eso.
En síntesis, más allá de todo lo planteado, no se duda de la autenticidad del escrito mismo, el texto griego se caracteriza por su seguridad, (presente también en los sinópticos y las cartas) si bien la duda sobre si el apóstol lo escribió de su puño y letra, sigue latente aun.
¿Si probablemente el texto no hubiese sido redactado por el propio apóstol, esto le resta autenticidad y canonicidad?

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