domingo, 10 de mayo de 2009

LA CONDICION CREADA DE HOMBRE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO


Todo pueblo posee sus propias narraciones de índole religioso y espiritual a la hora de referirse al origen del mundo y del hombre. Solo por citar algunas, menciono por ejemplo el poema de Gilgamesh (cf. Gn. 1-3), El Huevo cósmico de los africanos, el surgimiento del hombre de la tierra, muy presente en las culturas indígenas de Mesoamérica, etc. Si algo está claro, es que incluso el mismo pueblo judío, no solo conocía algunas de estas narraciones, sino que también poseía las suyas (La creación del hombre: Ish e Isha )
En el judaísmo, para que el hombre se sintiese pleno, tenía la concepción de que Dios no solo era su creador, sino que también su fe se reflejaba en el respeto a la alianza con él, de tal manera que se pudiese contar con su compañía y guía, sobre todo a la hora de la lucha y la supervivencia. Después de las guerras y del establecimiento en la Tierra Prometida, Dios fue visto como protector y proveedor, sobre todo en la agricultura. Es decir, el judío veía a Dios, más allá de su poder y obrar, de acuerdo a las circunstancias que los rodeaban.
Ahora bien, en el Génesis, cuando se da inicio a la obra creadora, se manifiesta desde el principio que esta se encamina y apunta en función del propio hombre, no como su dueño, pro si como aquel que la va a administrar, por decirlo de algún modo, pues todo está ordenado hacia él y a su servicio, pero, vale tener claro que a pesar de que el hombre sea quien más se beneficio de la Creación, este depende de los designio de Dios quien a fin de cuentas es el autor de todo.
En el contexto cristiano, y unido a la concepción judía, creemos que el mundo, fue creado por Dios, de tal modo, que lo que existe, no estaba anteriormente, pero difiere en cuanto que para el cristiano, el centro de la creación es ahora Cristo y la Iglesia, más ya no lo es el pueblo de Israel, y además, se resalta la figura de Cristo en la Creación e incluso antes de esta (cf. Jn. 1, 1 ss.).
A la luz del Vaticano I, y del IV Concilio de Letrán, se nos muestra la creación como el origen de todo a partir de la nada, siendo esta última, la nota distintiva del obrar directo de Dios. Y que a la par del origen del universo, se dio inicio al tiempo como tal. (cf. Dz. 800. 3002).
Para Santo Tomás, el origen del mundo no significaba tajantemente el inicio del Universo a la vez. O sea, quizá ya el universo existía antes de la aparición del mundo, y en cuanto al tiempo, lo veía como un artículo relevante de fe, dando la idea, de que el hombre, depende en su totalidad, de Dios y que sin él, no pude ni siquiera – por citar un ejemplo – respirar. El hombre no es un ente manipulabe, ni apareció de la nada así como así; que su ser y su obrar se realicen plenamente de acuerdo a la obra de Dios de modo trascendente. Esto lo hace una criatura, y no, porque provenga de alguien que Dios haya hecho con sus propias “manos”.


Retomando las enseñanzas del Concilio Vaticano II, se define a la creación, no tanto en su origen, sino encaminada al futuro, a la renovación de lo ya existente, en función de Cristo y del hombre, el cual está llamado a cuidarla, renovarla y sobre todo, a defenderla.
La creación, dada por Dios al hombre, como habitante del mundo, administrador y a la vez, servidor del mismo, está dirigida a la plenitud, es por ello que se debe insistir en cuidar no solo al mundo físico, sino también, a sí mismo, como obra máxima y perfecta de Dios, por medio del cual, él se hace presente, renovando constantemente su propia obra.

Dios no destruirá al mundo, si eso ocurre: ¿de quién será la culpa?

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