martes, 21 de abril de 2009

TEOLOGÍA Y GÉNERO

POR: MIGUEL ÁNGEL BERMÚDEZ
Docente Educación Religiosa.
Fundación Colegio Santa María.


El Hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por esta razón el hombre tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y de entrar en comunión con otras personas; es llamado a una alianza con su creador. Esto lo hace como género humano, como única naturaleza humana existente sobre la tierra.

¿Cuál es, pues, el ser que va a venir a la tierra rodeado de semejante consideración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que la creación entera; es el hombre, para él existen el cielo y la tierra y el mar y la totalidad de la creación. Este es el único ser humano, mujer y hombre, como culmen de la creación misma
La Iglesia entiende a partir del dato revelado, que Dios ha creado una única naturaleza humana que se manifiesta en masculinidad y feminidad. Si volvemos la mirada al texto del génesis encontraremos que Dios crea a un ser distinto de las demás criaturas que ya había creado; ese ser lo creó a su imagen y semejanza; a ese ser lo llamó hombre: “creemos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. De este relato podemos afirmar que Dios es el que sabe quién es el hombre, puesto que él es su creador; sabe con que fin lo creó, es decir, sabe todo a cerca del hombre.
Una vez creado el hombre, este tiene que entrar en relación con el resto de la creación. En este ejercicio de reconocimiento de lo que lo rodea, no ha encontrado con quien relacionarse de moco igual, es decir, a modo típicamente humano. El hombre en el reconocimiento de su entorno, descubre que está sólo en el desarrollo de su humanidad, en el proceso de humanización que le es propio.
En ese mismo instante entra el creador nuevamente en escena. En su conocimiento del hombre, de lo que es ser hombre, decide dar un pincelazo más a su obra; “puso sueño en el hombre, y cuando estaba dormido, de su costado sacó a la mujer”. Dios hizo que el hombre “parara”, hiciera un alto en esa exploración de la creación y de sí mismo, con el único fin de dar el siguiente paso en la creación. El hombre se sintió sólo, sin un par que le acompañara en su vida humana. Viendo esto, Dios, se preocupa de darle al hombre una compañía humana para vivir. Vale la pena notar que la materia prima con la cual Dios crea a la mujer, es materia ya humana: “del costado de Adán que estaba dormido”. Aquí vemos con claridad que el hombre y la mujer son hechos, creados de la misma materia prima, y que ambos brotan del mismo querer divino, como que encierran en sí mismos la misma intención creadora divina.
Cuando Adán despertara del sueño, encontró a Eva, la primera mujer, a su lado, qué sorpresa tan agradable, “ésta si era carne de mi carne, hueso de mis huesos”. Adán ya no estaba sólo, ya se reconocía en presencia de la mujer como hombre; ya tenía ante sus ojos a su par. Pero creemos que en Eva pasó algo semejante. Ella no exploró previamente la creación, ni se durmió. Ella entra en la vida ubicada, de cara a su semejante, reconocida como tal: la primera mujer, en verdad, la mujer.
A estas alturas del relato del génesis, queda clara la intención de Dios al final de su acto amoroso y libérrimo de comunicar esencia y existencia a todas las cosas, y de manera más clara, el fin, el propósito de crear una ser, al que llamó hombre, y que, se es puesto sobre la tierra como hombre y mujer, masculino y femenina.
Volvamos sobre la pregunta qué estaba pensando Dios al momento de crear al hombre y a la mujer. Una cosa que debe venir al pensamiento, es la generosidad de Dios en este acto particular. Cuando Dios dijo hombre, ser humano, género humano, pensó en una ser que comportaría en sí mismo una riqueza inconmensurable, casi que infinita. Todas las posibilidades de esa criatura no podía residir en un solo sujeto, en una sola persona; su idea primigenia fue tan basta que ese ser humano debió ser hombre, entendido como masculino, y debió ser hombre como femenino.
Esto quiere decir que el sólo hombre o la sola mujer no agotan la posibilidad del ser humano en sí mismos, lo cual remite directamente a la idea de la complementariedad. Dios no creó al hombre para que vivera solo, o mejor aún, para que guardara para sí mismo toda la riqueza con la cual lo creó, sino que quiso que esa humanidad fuera compartida en su realización y para su realización. Desplegar lo que significa ser persona humana, es tan insondable que hubo la necesidad de que se manifestara de manera femenina, como de manera masculina. Si queremos saber qué estaba pensando Dios al crear al hombre tenemos que ver al hombre y a la mujer en sus modos de ser tan particulares como específicos, pero proyectados cada uno hacia su par, hacia la otra parte que manifiesta la riqueza que comporta el ser humano.

En consecuencia desde la creación misma hay que ver al hombre en relación y en clave de encuentro con su propio ser, con su propio proyecto como hombre y mujer complementarios, en armonía entendida y vivida en el plan de Dios para la felicidad de esta su criatura más amada.
Pero en el camino sucedió algo que dañó la armonía relacional entre hombre y mujer: el pecado como desconocimiento del plan de Dios para el hombre y la mujer; el pecado como aversión a Dios y conversión a las criaturas. Con la entrada del pecado en la naturaleza humana, y a través de ella, a toda la creación, el fin de complementariedad y de relación armoniosa entre el hombre y la mujer, se rompió. Entró el pecado y este tomó recaudos en la naturaleza humana masculina como femenina; el pecado se ve en el hombre manifestado de manera femenina como masculina. El hombre peca y daña la riqueza que en su masculinidad ha puesto el creador; la mujer peca y daña la manifestación de la riqueza que en su feminidad ha puesto el creador; de este modo la totalidad de la naturaleza humana se ve afectada, desconfigurada de su fin, en su realización orientados hacia la felicidad en el plan divino.
El diablo, dividió al ser humano e introdujo el conflicto al interior de la naturaleza humana que hasta el momento había estado en paz. El pecado daña a cada persona de manera individual, pero a la vez, daña las relacione entre los seres humanos, hombres y mujeres, como también con Dios. Es así como aparecen el egoísmo, el orgullo, la pugna por el poder, el deseo de satisfacer los propios placeres; el hombre se busca a sí mismo y pierde el horizonte de la relación de complemento armónico como género único. Estas las consecuencias del pecado, que no llevan más que a la destrucción de la naturaleza humana.
Fue tan grave el daño del pecado sobre el plan creacional de Dios para el hombre, daño en la naturaleza humana, que Dios mismo tuvo que re-crear al hombre por medio de la redención realizada por Cristo su Hijo en la potencia de su Misterio Pascual.
Cristo asume la totalidad de la naturaleza humana para poder reparar el daño que el pecado había introducido el género humano. Al hombre se le olvidó quien era delante de sí mismo como delante de Dios; es decir, perdió su identidad planamente humana, perdiendo así el rumbo de su realización que le llevaría a la felicidad. Cristo se hace hombre para devolverle su identidad perdida, para llevarle a la plenitud mostrándole el camino que había extraviado por causa del pecado. La obra de la redención no está puesta en términos de lucha de géneros, o puesta para sólo los hombres masculinos o femeninos. Dios en su Hijo redime, paga el precio por nuestros pecados, a todo el único género humano; Jesús en la cruz muere por los todos hombres y por todas las mujeres de todos los tiempos una vez y para siempre, de tal manera que cualquier miembro de la naturaleza humana pueda alcanzar el bien de la restitución del fin primigenio para el cual fue creado. En Dios no hay acepción de personas en cuanto que portan la impronta de su divinidad y en cuanto están llamados todos a la comunión eterna con El.
En Cristo todo hombre ha de encontrar el reflejo vivo de lo que es ser realmente un ser humano en plenitud. La Iglesia cristiana católica tiene en alta estima la afirmación “el misterio del hombre sólo se esclarece a la luz del misterio del Verbo encarnado”[1] . El hombre en Cristo tiene la posibilidad abierta de recuperarse a sí mismo en presencia de Dios y en presencia de sí mismo. El hombre en Cristo está llamado a formar y construir el género humano que Dios pensó desde siempre en términos de solidaridad; este pensamiento lo encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 361, “esta es la ley de la solidaridad humana y de la caridad, sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos”.

En consonancia con este pensamiento, la mujer y el hombre, cada cual es alguien en el proyecto de Dios en cuanto mujer y en cuanto hombre; en su dignidad de personas tienen los mismos derechos de realización y de felicidad inherentes a su condición humana. Bajo este presupuesto cualquier intento tendiente a dañar al ser humano es inaceptable, cualquier manifestación de segregación, de machismo, feminismo, violencia por “género” no está incluida en el pensamiento de Dios al momento de crear al hombre, estos son consecuencia del pecado y del mismo ser humano. El ser humano no esté hecho para la soledad, para realizarse aislado en el marco de un soliloquio egoísta y mezquino.

Dios creó al hombre para comunicarle su semejanza. Dios es Uno y Trino, comunidad de amor. Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad. Porque Dios creó, de un solo principio, todo el linaje humano. (Hch 17, 26; cfr Tb 8,6): maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la unidad de su origen en Dios…en la unidad de su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo a quienes todos deben tender; en la unidad de los medios para alcanzar este fin; …es la unidad de su rescate realizado para todos por Cristo[2] .

Ante el desconcierto fraticida general en el cual estamos sumergidos, tenemos la certeza de que ésta no es a última palabra sobre el hombre. Está el camino de humanización y divinización que nos está ofreciendo día a día el Señor Resucitado. Cada hombre y cada mujer deberían hacer un proceso serio de configuración progresiva con la persona de Jesús para que puedan ir esculpiendo, con la ayuda de la gracia divina, esa hermosa obra de arte que es el ser humano que Dios amó desde el principio. De este modo cada cual podría reconocer al otro en su justa medida. Cesarían las pugnas por el poder puesto que no veríamos en el otro, en la mujer o en el hombre, un rival a vencer, sino un ser humano al cual amar, reconocer, descubrir en su dignidad de persona, de hijo de Dios.
Finalmente, la Virgen María, Ella es el modelo cien por ciento humano del creyente en Cristo; dicho de otra manera, Ella es la discípula del Señor que nos enseña cómo debemos responder cada uno de los integrantes del género humano o humanidad a la invitación del Señor a participar de su naturaleza Divina, sin dejar de ser auténticamente humanos, en el marco general del Plan divino de la Salvación. Vista de esta manera la concepción que presenta nuestro PEI de María como modelo de creyente, incluye la vivencia de los valores humanos y su plenificación a la luz y efecto de la gracia divina. Somos una comunidad que enseña y aprende, lo cual nos da pie a preguntarnos ¿cuál es el ser humano que Dios amó desde siempre? ¿es que cada uno de nosotros creyentes en Cristo nos preocupamos por esa realización según el proyecto divino de salvación? ¿Nuestra comunidad educativa refleja esa comunidad de origen de la cual salimos los seres humanos?


[1] Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral, Gaudium et Spes, n. 22, BAC, 3 Ed, Madrid, España, 1985.
[2] Pio XII, Enc. “Summi Pontificatus” 3; cf. NA 1.

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