sábado, 8 de agosto de 2009

HECHOS DE LOS APOSTOLES: HISTORIA Y PODER.

Por: Álvaro Hernán Rincón Fresneda
LICENCIATURA EN TEOLOGÍA FUNLAM.
Análisis a los capítulos 1, 2 y 3 del Comentario a los Hechos de los Apóstoles, de Weldon Vertiel

Capítulo 1.

Más allá del papel que cumplen los evangelios y las epístolas con referencia a la iglesia, anticipándola y presuponiéndola, es aquí, donde el libro de los Hechos de los apóstoles, que recibe este nombre alrededor de la mitad del siglo II d. C., desempeña un papel que podría ser único en comparación con las demás obras que componen el Nuevo Testamento, sin olvidar el lazo que la une sobre todo al evangelio de Lucas (en cuanto a la autoría de ambos textos) y es, el de plasmar, no solo la vida de los primeros cristianos, sino que también, deja claro, aunque suene contradictorio, que no es un texto de historia eclesiástica como tal ya que no abarca en su totalidad, el quehacer ni la misión de los demás apóstoles y sus comunidades (aparte de Pedro, Santiago y Juan en los cuales se enfatiza de una forma más amplia) además, muestra el hilo conductor entre la misión de Jesús y la vida de las primeras iglesias.

Lucas, no se ha salvado de las dudas a la hora de tratar sobre su autoría en ambos textos (Lc. y Hch.) Ya que según algunos (ej. A C Clark) las diferencias de lenguaje entre ambos textos son evidentes; por el contrario, la gran mayoría defiende el papel de Lucas en la redacción de ambos libros, dado que se enfatiza en Hechos la continuación de lo ya narrado en el evangelio (Hch. 1, 1 SS.) además se le muestra como el compañero de Pablo, el médico, (cf. Hch. 16, 10-17; 20, 5-2; 21, 18; 27,1-28; 28,16) en cuanto a la fecha de su composición, hay quienes la sitúan entre los años 65 y 70 d. C., probablemente después de la muerte de Pablo y en paralelo con la redacción del evangelio de Marcos y después del de Lucas. El punto álgido, radica en por qué termina abruptamente antes de la muerte de Pablo si fue escrito después de esta.

Como texto, su principal propósito, es el de contar la historia, la historia de los primeros cristianos, sin caer en el estilo típico de las cronologías sucesorias. Pone de relieve el hecho teológico de la iglesia y la predicación apostólica, sin dedicarse a la rigidez científica y exacta de la historia misma, donde una vez más, la obra de Dios, por medio del Espíritu Santo, sobresale por completo, dando a Jesús, el lugar de Señor de Judíos y Gentiles, al romper las barreras impuestas por los judíos conversos que no veían con buenos ojos, el que los no judíos también de hiciesen cristianos.
En cuanto al destinatario, es obvio que se trataba de alguien muy importante para Lucas, probablemente se trate de un dignatario, un funcionario, converso, al cual se le suministra la segunda parte de los hechos ocurridos (cf. Lc. 1, 1. Hch. 1, 1 ss.) con respecto a Jesús y su obra, ahora que parte del mundo, la cual continúa con el envío del Espíritu Santo. (Pentecostés) no hay ruptura, antes bien, todo continúa, solo que ahora, el impulso es definitivo, y extra-judío.

Capítulo 2

Desde el comienzo de la Iglesia, más exactamente de la predicación evangélica, ha sido característico el que esté presente lo que podríamos llamar “poder” no en el sentido de cosas o hechos magnánimos, sino en el don recibido por los apóstoles a través del Espíritu Santo, presente previamente a lo largo de la vida de Jesús (Lc. 10, 17 ss. Jn. 20, 22) y después a la Iglesia (cf. Hch. 2, 1- 13) mientras que en el Antiguo Testamento, el Espíritu no estaba separado de Dios, sino que actuaba en conjunto con él, y dotando al hombre de dones varios y de vida (cf. Ez. 37, 5. Ex. 31, 3) de la misma forma como lo hemos mencionado aquí, el Espíritu nunca ha dejado de actuar e iluminar con la verdad a aquellos a quienes fueron llamados desde el comienzo (los apóstoles) dando así muestras de la presencia de Dios en y por aquellos que a través del tiempo, han transmitido y vivido el evangelio.

Por otro lado, la relación existente entre el reino y la iglesia, generó cierta confusión, ya que mientras el reino de Dios era entendido a partir de la sumisión al control de Dios (en conjunto), el concepto de iglesia hacía referencia a los mismos ciudadanos del reino, aunque ya no de un modo totalmente sumiso, sino libre y expansivo. No se entraba a la iglesia de modo obligado, sino como fruto de la predicación, el bautismo y la aceptación de Cristo como Señor y Salvador. (cf. Hch. 2, 42 - 47). Para la Iglesia, el que desde los inicios las conversiones se diesen de forma abultada, más allá de ser un hecho grandioso, no dejaba de representar un problema, dado que al aumentar el número de cristianos, no daban abasto, por decirlo de alguna forma, aquellos que junto con los apóstoles, se encargaban de la predicación y el ministerio dando lugar al surgimiento de nuevos oficios y servicios en función de la comunidad (cf. Hch. 6, 1 – 6) a esto se le suma el que al provenir del judaísmo, había quienes aun seguían aferrados a sus antiguos preceptos, provocando roces con los fieles provenientes de los gentiles. Es aquí, donde el bautismo adquiere un papel determinante a la hora de agrupar a los fieles, en torno al mensaje de Cristo en la iglesia, vista esta como la comunión de los fieles bautizados, revestidos con el poder del Espíritu Santo, lo que los llevaba a actuar de acuerdo a la fe recibida, por medio del desprendimiento de bienes, el compartirlo todo (Hch. 2, 42 ss.) dado que se esperaba la inminente vuelta de Cristo y por tanto, los bienes pasan a ser algo efímero, un estorbo. Hay que admitir que aquellos primeros cristianos lo hacían por amor. Si esto se hiciera hoy, bajo qué parámetro se haría o a cambio de qué.

Retomando lo referente al poder en la Iglesia, no está de más recordar como el obrar de los discípulos, manifestaba la presencia del Espíritu en medio de ellos reflejándose este en bien de los demás, tal como ocurrió en la curación del cojo (Hch. 3, 1 ss.) el segundo discurso de Pedro (3, 11 ss.) los demás signos obrados (5, 12 ss.) en conclusión, el poder no se limita a curar, hablar en lenguas, resucitar muertos, etc., ya que si estas obras no se hubiesen realizado por amor a los demás y como muestra de la obra de Dios, se hubiesen quedado en meros actos taumatúrgicos, no necesariamente acompañados por el poder del Espíritu. (3, 5)

Capítulo 3

Independientemente de la datación a partir de la cual se sitúa el surgimiento de la Iglesia, es desde Pentecostés, cuando esta comienza a dar sus primeros pasos como tal; como toda obra recién inaugurada, todo es bonito al comienzo, no hay problemas, todos se quieren, pero llega el momento de la dificultad, y la Iglesia no fue ajena a esta realidad. Pasado el fenómeno de las conversiones masivas, sin perder de vista el hecho de la aceptación de Jesús como Mesías por parte de los nuevos fieles, la noción del reino de Dios que sobrepasa las fronteras nacionales, ofrece una vida nueva en Cristo, donde la iglesia, desempeña el papel de agrupar a los nuevos “ciudadanos” del reino, haciéndolos vivir en medio del mundo, aquella realidad prometida para la eternidad, por medio del testimonio de vida.

El rápido crecimiento de la iglesia asustó notablemente a las autoridades judías que veían en los cristianos el peligro de una revuelta que desencadenara la ira de Roma sobre ellos, perdiendo todo lo que de parte del Imperio habían recibido, además de que las enseñanzas cristianas chocaban con el sistema religioso judío, puesto que se predicaba que Jesús estaba vivo, algo incomprensible para los sacerdotes y demás componentes de las altas esferas de poder judías que lo habían juzgado y asesinado, desencadenando esto en el arresto de Pedro y Juan (Hch. 4, 1 ss.) y la persecución de los primeros cristianos (Hch. 8, 1 ss.) entrando a jugar Saulo, posteriormente, Pablo.

Todo lo anterior muestra que la nueva comunidad de fieles no es una secta judía como muchos la definieron inicialmente, sobre todo los romanos, dado que a pesar de surgir en medio de los judíos y adorar al mismo Dios, su mensaje partía de las enseñanzas de Jesús, su vida, resurrección y envío global.

En el capítulo 11 de Hechos, ya aparece referida esta comunidad con el rótulo de “ekklesia” iglesia. El grupo de los salvados, la nueva congregación, la cual ya no se escondía para anunciar la buena nueva, sino que llena de la gracia del Espíritu enviado continuaba dando signos de poder y compañía divina (exorcismos, curaciones, etc.) atrayendo a otros, judíos y gentiles a adherirse a la fe. Todo esto, como cosa rara, continuó atrayendo rechazo, odio por parte de las autoridades que ya veían a los cristianos no solo como un grupo peligroso, sino como una gran amenaza no solo para su religión y tradiciones, sino también a nivel político, social, religioso y cultural. Las posibles represalias por parte de los judíos no amilanaron a los discípulos, en especial a Pedro, que continuaban predicando la resurrección de Jesús, su señorío, la lealtad al Señor por encima de las leyes injustas, etc. Otra muestra de la presencia de Dios en medio de la nueva comunidad, es la intervención providencial de Gamaliel, maestro de Saulo, quien sin decirlo literalmente, da a entender que Dios está con los discípulos de Jesús, y por eso invita a los judíos a actuar con prudencia a fin de no contradecir los mandatos divinos con respecto a su actuar frente a este nuevo grupo. (cf. Hch. 5, 34 ss.).

¿Hoy no pasa lo mismo?, la Iglesia nunca ha dejado de ser perseguida, otra cosa es que el método de persecución ha variado, admitiendo que es más efectivo hoy que antes.

Otro aspecto relevante, es el de la coexistencia de judíos y gentiles en la comunidad cristiana, ya que dadas sus diferencias a nivel cultural y religioso antes de abrazar la nueva fe, no era de extrañar que se presentaran roces y discusiones entre ellos, (cf. Hch. 6) en asuntos tan complejos como por ejemplo en lo referente a la distribución de la ración, lo cual, desembocó en la institución de los primeros diáconos (servidores, en griego) encargados del servicio y la administración de los bienes. Papel muy diferente al que estos ministros desempeñan hoy día.

Grosso modo, la iglesia, desde sus comienzos, acogió a todo tipo de personas, sin fijarse en colores de piel, condiciones sociales, rangos, culturas, etc. Nada puede impedir que la palabra de Dios, el mensaje de Cristo y el poder del Espíritu Santo se den a conocer siempre y cuando los fieles seamos capaces de dejarnos guiar correctamente. De lo contrario, no sirve de nada hablar de Iglesia.

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